Me acuerdo
que cuando llegaba de los tonos zigzagueando y con el dulce tradicional de
octubre ósea con turrón a la casa en mi adolescencia, cuando ya estaba a media
cuadra de mi jato por arte de magia se me iba la borrachera (bueno al menos por
unos minutos hasta llegar a mi cuarto), No por miedo a una gomeada con fatality
y brutality incluidos, o por unos gritos, ni esperaba encontrarme a mi viejita paraba
en la puerta con una escoba (y si estaba fácil hacerla reír con el célebre
chiste “Vas a Barrer o Vas a Volar”), nada que ver; era miedo a verla sufrir,
porque nunca le gusto que me zampe mis tragos, llegaba todo correctito a decir los
buenos días y caminar derechito (o hacer el intento) a mi cuarto para abrocharme el cinturón para
subir al tagada en que se convertía mi cama por tantas vueltas, sé que no te
comías el cuento, pero al menos lo maquillabas muy bien, me has visto llorar de
dolor en tus brazos cual niño al golpearse y de adulto al emborracharme al
darme encontronazos contra muros que en su momento pensé impasables, pero como
a un niño una caricia tuya me ayudaba en mi dolor en la adultez a enseñarme a
bordear, a trepar, escalar o hasta tumbar esos muros a punta de tabazos,
siempre estás ahí como faro que ilumina mi camino, gracias viejita por llenar
de LUZ mi vida, por eso Viejita a pocos días de festejar tu cumpleaños, voy a
devolverte un poco de lo que me diste y tratar de llenar tu alma de Luz y ¿se puede pagando tu recibo de luz?
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